El Sonido

Sin títuloUn prestigioso y estable empleo de académico universitario, además de una obligada soltería por su nula capacidad de comunicación con las mujeres, hacían de Ernesto Torrealba un tipo al que se le podría definir como medianamente culto, instruido, pero poseedor de una gris y silente “aura”.

Sin ninguna cualidad extraordinaria a su haber, no había nada en él que pudiera colocarlo por sobre el resto de la gente. Esta situación sumada a su opaca personalidad, lo habían convertido en el perfecto prototipo del inocuo ciudadano promedio contemporáneo.

Gracias a su profesión, poseía una acotada tranquilidad económica, sin embargo la desidia que sentía por su trabajo era por decir lo menos, monumental. Pensaba de manera reiterada que el ejercicio laboral, era un tormento inhumano y abyecto, algo parecido a un antiguo y tenebroso yugo de tortura llamado tripalium, diferenciándose de éste, sólo en la retorcida manera metonímica con que había evolucionado el concepto de sufrimiento y dolor al del trabajo asalariado. De esta manera, el maltrato obtenido a cambio de algo de dinero, se había convertido en un digno sinónimo de la dignidad humana.

Este tipo de pensamientos y posturas a veces hechas públicas, habían hecho que convivir, lidiar o negociar con Ernesto se hubiera convertido para sus colegas universitarios en un suplicio de tipo oriental, sólo aceptable para algunos incautos recién conocidos.

Nunca en sus recién cumplidos 35 años, había podido entusiasmarse lo suficiente en alguna actividad en la que estuviera involucrado. Ningún estimulo fue lo suficientemente potente para calar hondo en su velado y mate espíritu.

Los Scouts, la religión, la política, el deporte y la literatura, fueron sólo aficiones temporales que no lograron despertar mayor interés que, el necesario para iniciar la aventura. A poco camino, Ernesto terminaba por abandonar todo entusiasmo para caer nuevamente en el marasmo característico de su día a día.

De esta manera, y de no ser por un acontecimiento fortuito e inesperado, la vida de este aburrido académico hubiera seguido sin mayores variaciones en su tediosanormalidad.

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Un día cualquiera y de manera abrupta, Ernesto Torrealba comenzó a desarrollar un talento extraño y perturbador, el cual sólo era capaz de confesar a si mismo. Ernesto podía escuchar los pensamientos de otras personas.

La primera vez que tuvo acceso a lo que otras personas pensaban, fue en el aeropuerto de la ciudad, justo cuando abordaba un avión para asistir a un seminario de física teórica en la Universidad de la ciudad vecina. La experiencia vivida significó todo un cataclismo al interior de su persona, debido a lo violento y repentino del suceso.

Todo comenzó cuando una multitud de ruidos extraños comenzaron a distraer la atención de Ernesto. Su robusta formación en ciencias lo hizo deducir que la forma de la bóveda y techumbre del recinto, eran las responsables de algún extraño fenómeno acústico, el cual permitía que las voces de todos los presentes en el lugar, chocaran entre sí de manera aleatoria y después de una vorágine de rebotes, se contrajeran en una cacofonía de volumen decreciente que llegaba directamente a sus oídos.

Luego de corroborar que nadie más que él era capaz de percibir el fenómeno, comenzó el terror pues, las voces seguían allí susurrándole mil millones de palabras por segundo, en innumerables frecuencias, ritmos y combinaciones. Ante tal suceso, pensó que lo mejor para él, era pasar desapercibido, pues la espantosa alucinación lo sobrepasaba totalmente. Tuvo que pasar 6 horas sentado en el lugar más distante del aeropuerto, para que las voces cesaran.

Algunos días después de lo ocurrido en el aeropuerto, el fenómeno volvió a repetirse, ésta vez, en una recepción efectuada en el salón principal de la Universidad donde trabajaba. Si bien la llegada del evento fue tan abrupta como el anterior, ésta vez no causó el mismo pánico en Ernesto, quien poco a poco comenzó a acostumbrarse a esta particular experiencia. Cada día que pasaba y solamente con algunas horas de descanso, el fenómeno volvía a repetirse una y otra vez, salvo que cada repetición era de manera menos estrepitosa y estresante. De hecho con el correr de los días, fue capaz de elegir de manera consciente, cuáles eran las voces que quería escuchar con detención y cuáles no.

Pero no todo era alentador.

Ernesto sabía que el confesar este nuevo prodigio en público, era equivalente al suicido social y laboral, sobretodo tomando en cuenta la naturaleza de su oficio, que lo tenían realizando la cátedra de física avanzada en la Universidad más prestigiosa del país. En este contexto rígido e inamovible, tan propio de la academia, comprendió que las palabras más importantes del mundo, y las únicas que podrían ayudarlo a asegurar su supervivencia, eran prudencia y discreción.

Los primeros meses que pasaron luego del suceso del aeropuerto, podrían ser catalogados como los mejores momentos en la aburrida vida de Ernesto. Por primera vez, él sentía que tenía el control sobre algo y que nadie sería capaz de cambiar esa situación. Como todo pasatiempo nuevo, las primeras experiencias estuvieron cargadas de situaciones superfluas y graciosas, como por ejemplo saber que era lo que la abuela de la esquina pensaba de él mientras le devolvía el saludo diario de la mañana, o como saber si la exuberante dependiente de la tienda de alimentos había tenido buen o mal sexo la noche anterior.

Poco a poco, se comenzaron a dejar de lado las experiencias vulgares a las que podía tener acceso con su nuevo don; de hecho cada día que pasaba y de manera consciente fue ingresando a capas más ocultas y oscuras de la mente de todas las personas que lo rodeaban. Con el correr de los días, la cantidad información obtenida iba creciendo de manera tal, que ya no era sicológicamente rentable ni saludable, el seguir teniendo acceso a los vertederos cerebrales de sus “especímenes de estudio”, por lo que esta vez, Ernesto decidió sumergirse en las simas más profundas de la mente de los demás, eligiendo como primer conejillo de indias a quien en apariencia, era  la persona más inocua e insípida de la Universidad, la señora Silvia Lescano, jefa de personal.

La idea era simple, Ernesto quería a toda costa conocer la profundidad a la que su nuevo don le permitiría llegar en una mente ajena.

Para esta nueva etapa de su extraño experimento, era necesario que pudiera estar lo más a solas posible con su examinado, por lo cual convidó a Silvia Lescano a tomar un café en un lugar apartado del centro y donde casi no entraba gente. La excusa para este encuentro fue tan absurda como inverosímil, pues la idea era poder hablar del lento accionar de los sumarios administrativos de la Universidad.

Una vez que se encontraron en el lugar de encuentro previsto, se sentaron y comenzaron una charla totalmente trivial y superficial. A Ernesto esto no le importaba, pues de manera paralela desde el primer minuto de la cita, ya había comenzado a penetrar las primeras capas existentes en los sesos de su interlocutora.

Todo era como un sueño real y vívido.

Los sonidos que comenzaron a llegar a la cabeza de Ernesto, una vez traspasado el primer estadio en la mente de la mujer, eran algo no previsto en sus cálculos iniciales. Eran ruidos silenciosamente estridentes, como si mil cuchillos rasguñaran de manera simultánea una mesa de cristal gigantesca y sin fin. Poco a poco los pensamientos que, al principio se presentaban como una madeja de invisibles hilos de sonido, se iban desenredando de manera que podían ser descifrados y escuchados de manera racional. Había de todo: frases de amor, conversaciones secretas, opiniones abyectas, juicios, llantos, gritos, jadeos, aullidos, en fin, un sinnúmero de información codificada que de alguna manera hacían ver que la señora Lescano, era cualquier cosa, menos la mujer de bajo perfil que mostraba en el diario vivir.

Luego de esa capa de ruidosa vorágine, vino un silencio. Una asfixiante tropopausa que, sólo fue interrumpida cuando Ernesto pudo pasar a la siguiente etapa de los pensamientos de la señora Lescano.

Inmediatamente después de terminada la tregua de ruido, a la cabeza de Ernesto, comenzaron a llegar unos suaves sonidos de voces indescifrables. Eran como débiles canciones arrojadas al aire en un dialecto desconocido pero que lentamente pudieron ser des encriptadas.  Ernesto no daba crédito a lo que su cabeza estaba escuchando pues, aquellos sonidos solamente podían ser asociados a algo que él había escuchado cuando niño en las voces de las viejas del barrio que rezaban en grupo. Aquellos ruidos eran lamentaciones, las cuales eran compuestas por varias voces sonando en un canon armónico pero brutalmente agobiante.

Luego vino el pavor.

Al final de aquella capa de lamentaciones, Ernesto pudo detectar un sonido sordo, el cual poseía un cuerpo denso y omnipresente. Si bien al principio, el sonido sólo era una masa amorfa de ondas y vibraciones, rápidamente, y de manera consciente,  fue tomando la forma necesaria para que la mente de Ernesto pudiera procesarla y transformarla en un código conocido. Cuando esto último sucedió, el aprendiz de viajero mental, se dio cuenta que había cruzado un punto sin retorno.

Que haces aquí  murmuró el sonido en su dialecto imposible pero existente.

Este lugar desde el principio del tiempo ha estado prohibido para los de tu estirpe  continuó la voz.

Ernesto en un shock casi invalidante, no tuvo mejor respuesta que pararse de la mesa y salir corriendo desde el café donde estaba reunido. La señora Lescano, sin entender nada de lo que pasaba, sólo atinó a pagar la cuenta y tratar de dar alcance a Ernesto, lo cual no logró.

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Luego de 4 días sin dormir, Ernesto decidió que debía contar esta experiencia a alguien, pues de no hacerlo, la posibilidad de volverse loco era preocupantemente cierta.

Era un dilema complicado de resolver pues, necesariamente la persona a quien se le contara las experiencias vividas en el último tiempo, debía tener la suficiente amplitud de mente para concebir semejante realidad, sin encasillar a Ernesto en la categoría de estados de conciencia alterados o peor aún, ser diagnosticado con un flamante delirium tremens.

Ante esta situación, decidió tomar varios días de descanso, debido a que la experiencia lo había descolocado hasta la hebra más profunda de su alma. Aquel sonido sordo y poderoso, hizo que se cuestionara todo lo que él creía saber. De alguna manera extraña y sarcásticamente brutal, las dos frases emitidas por esta entidad,  habían socavado todos los cimientos que, durante años de estudios y vivencias, había construido.

Como la siquiatría era una rama de la ciencia médica, poco confiable para contar lo sucedido, Ernesto decidió hablar con un viejo amigo, al cual no veía desde los tiempos de estudiante universitario. La persona a quien acudiría por ayuda era Roberto Villarroel, antropólogo de profesión y ocultista de medio tiempo.

Roberto vivía en un lugar bastante retirado al sur del país.  Hacía diez años que había tomado la decisión de abandonar la ciudad y todo lo que representaba, debido a una misteriosa experiencia vivida durante una solitaria noche en el desierto, cuando realizaba estudios sobre la inexplicable muerte de personas en un pueblo salitrero del norte. Con Ernesto, durante los años que compartieron en la Universidad, habían llegado a desarrollar una peculiar amistad, la cual traspasaba los pasillos y las aulas, esto último debido a las poco convencionales ideas de Roberto sobre la realidad última del ser humano.

Ernesto siempre en tono desafiante, criticaba a Roberto diciéndole, que las suyas eran las típicas ideas de una persona que necesitaba creer en algo superior debido a lo limitado de sus razonamientos. Roberto a su vez, siempre contestaba que el tiempo terminaría por demostrar que el ser humano sólo era un eslabón más de la cadena alimenticia del planeta, pues si bien el hombre se alimentaba de manera directa de animales y plantas, a su vez, y a través de métodos inconscientes e incognoscibles, también él servía de alimento para los “otros habitantes”.

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Ernesto tenía una cara decrépita cuando su antiguo amigo la puerta de su casa.

Una vez contados todos los detalles de las últimas experiencias del profesor de física, el anfitrión se sentó pensativo mientras tomaba una taza de agua caliente. Luego de mucho pensar y siempre con los ojos de Ernesto clavados sobre él, esperando alguna opinión, Roberto se echó hacia atrás diciendo en tono solemne:

El que hayas venido hasta acá, ha sido una total sorpresa, pero el saber sobre tus experiencias puede significar el fin para ambos. Una vez que ellos saben que puedes escucharlos, no dejan de seguirte  sentenció. 

¿Quiénes? preguntó Ernesto, ya al borde del colapso.

El tiempo me dio la razón viejo amigo, lo único que ha pasado, es que por alguna rara causalidad, tuviste acceso al terreno de los “otros habitantes”.

No entiendo nada, de que estás hablando

A veces es mejor no saber ni entender nada amigo mío  continuó Roberto.

Después de esta última frase, el dueño de casa comenzó a explicar de la manera más didáctica posible, cuál era la razón de todos los recientes acontecimientos.

En este mundo sólo hay dos palabras que tienen sentido total: comida y excremento.

» La conciencia humana limitada por nuestras finitas redes neuronales, no alcanza a dimensionar de manera global, la realidad de que así como nos alimentamos de otros, somos nosotros el alimento de alguien o algo más.

» Durante cientos o miles de años, el ser humano ha intuido esta versión de la cosmovisión, pero el ego casi infinito del hombre no acepta esta cruda y poco glamorosa realidad.

» Y no tenemos mucho que hacer, tratar de entender el porqué de esta situación carece totalmente de sentido. No tiene que ver con nosotros, no tiene que ver con justicia, ni destino, ni libre albedrío ni ninguna de esas construcciones hechas por nosotros a conveniencia de nuestra pequeña e insegura humanidad.

Por qué yo  suspiró Ernesto.

Eso tampoco importa, lo siento  dijo Roberto en tono sepulcral.

Qué es lo que debo hacer ahora  consultó nuevamente Ernesto ya casi sin ánimos de nada.

¿Qué haría un cerdo, si por casualidad entra al rancho donde están haciendo un gran asado de costillar?  preguntó Roberto de manera mordaz.

Arrancar y esconderse, para que no lo vuelvan a ver por el lugar  se contestó a sí mismo.

Y bueno, tú ya arrancaste….por lo que sólo te queda esconderte y guardar el mayor de los silencios por lo que te quede de vida, así como lo hago yo  dijo Roberto contestándose nuevamente a sí mismo.

¿Quieres decir que tú también lo escuchaste?  preguntó Ernesto sorprendido.

Hace diez años, esa noche en el desierto, te acuerdas?  respondió Roberto.

Claro que me acuerdo, fue un escándalo en la Universidad, todos pensado que te habías vuelto loco o que una de tus estudiantes te había dado una sobredosis de ácido o peyote  contestó Ernesto.

Nada de eso en realidad fue algo horrible, confesó Roberto, mientras comenzaba a detallar su propia historia.

» Llevaba meses investigando acerca de ese pueblo del desierto del norte, ese que fue afectado por una paranoia colectiva a fines del siglo pasado. Luego de estudiar las casas abandonadas, me di cuenta que lo que pasó ahí tuvo que ser un verdadero infierno, pues aún se podían ver las marcas de sangre en las paredes que dejaron los que comenzaron a golpearse la cabeza en ellas.

» Los registros decían que muchos se volvieron locos y algunos murieron de muerte súbita por algún raro mal cardiaco, no sin antes gritar que por favor les sacaran de la cabeza las voces que no los dejaban en paz.

» Esa noche, era una de las últimas que nos quedaríamos en el campamento, así que decidimos hacer una fogata para preparar la cena antes que se pusiera frío como es costumbre en el lugar.

» Era una noche sumamente estrellada, estábamos con los alumnos preparando una taza de té caliente, cuando empiezo a escuchar todas esas voces a la vez, fue desesperante. Mi ayudante me miraba con ojos sorprendidos cuando me levanté y empecé a gritar que por favor se callaran por favor. Cuando empezaron a reírse al pensar que era una broma, tome una trozo de madera en llamas de la fogata y, comencé a dar golpes en el aire como un enfermo. Fueron necesarios cuatro alumnos para tranquilizarme a golpes y patadas, luego perdí el conocimiento.

» Después de unos días de descanso, volvieron los ruidos, cada vez más constantemente, hasta que un día lo escuché.

¿A él?  preguntó Ernesto

Nada de eso respondió secamente Roberto.

» Ese ruido, ese eco sin forma, no tiene sexo ni nada parecido a alguna identidad que nosotros le podamos atribuir. Es sólo una presencia que afortunadamente no tiene mucho interés en nosotros, por lo menos como para tener contacto directo con estos simios con traje que resultamos ser.

De pronto Roberto abrió los ojos y comenzó a hablarse a sí mismo.

» Durante estos diez años he sido capaz de acallar las voces, debe ser por eso que aún sigo vivo, sin duda. Ellos no han podido dar conmigo, pues el silencio mental de mi retiro ha sido riguroso.-

»  Lo mejor es que te vayas Ernesto, yo no puedo ayudarte más, ya sabes lo que debes y no debes hacer.- concluyó Roberto.

Al terminar, se hizo un silencio desolador entre ambos. El revivir esos momentos fue para los dos viejos amigos, como un final de cuento falso, pues ese sonido sordo que ambos habían conocido, no iba a desaparecer, nunca, hicieran lo que hicieran. Era una realidad tan fuera de sus alcances, que no había más que desearse suerte el uno al otro, mientras seguían ocultándose.

Antes de retirarse, Ernesto hizo una última pregunta.

—  ¿Es capaz de hacernos daño?

—  De todas las formas que seas capaz de imaginar  sentenció Roberto.

Justo antes de cerrar la puerta, el sonido regresó de manera espantosa. Ambos amigos se miraron de inmediato pues comenzaron a escuchar sus pensamientos mutuamente.

Intentaron ignorar las intimidades que cada uno de ellos podía escuchar del otro, pues sabían que cualquier indiscreción o detalle vergonzoso que pudieran saber del que estaba al frente, era una insignificancia, al lado de lo que venía.

Esto es intolerable  rugió una voz pastosa en la cabeza de ambos desafortunados hombres.

»  Este desorden debe cesar de inmediato, ustedes no tienen más cabida ni sentido que el que les corresponde según la eterna disposición. De alguna manera que desconocemos, al igual que otros antes de ustedes, han sido capaces de traspasar una de las pocas grietas que existen en el muro que nos separa desde el inicio de esta era.

»  Es una afrenta, un riesgo que no podemos aceptar. La sola posibilidad que la economía de este trozo de universo sea cuestionada, merece nuestra más vigorosa reacción.-

Dicho esto, Roberto comenzó a convulsionar de manera atroz y frenética hasta que cayó muerto al borde de la puerta de salida.

Ernesto comenzó a correr espantado, por el pavor de ver a su amigo muerto en una batalla en la que no tuvo oportunidad alguna. Corrió durante un largo trayecto, desesperado, sabiendo que su fin podía estar en cada nuevo paso que daba.

No pudo correr más, por lo que cayó rendido al borde del camino. Mientras jadeaba por el cansancio de la carrera, miro a su alrededor de manera asustadiza y nerviosa, esperando el inminente final. Luego de un largo lapso de incierta duración, su mente se volvió silente y calma. De alguna manera, al parecer, el sonido lo había dejado en paz, pues ya no había voces ni nada anormal dentro de su cabeza.

Luego de declarar a la policía lo que había pasado, el caso de la muerte de Roberto se cerró como un repentino y fatal ataque de epilepsia fulminante. Sólo Ernesto, conocía la verdadera naturaleza de lo sucedido, pero a esa altura ya nada importaba, debía ser así, convenía que fuera así, pues nadie comprendería ni aceptaría una realidad tan oscura e inverosímil.

El silencio físico y mental fue su único aliado durante todos los años que fue capaz de escabullirse del sonido, aunque la decepción de saber que todo el esfuerzo humano no tenía razón alguna, lo desgastó al grado de convertirlo en una especie de ermitaño uraño y hermético. Raras veces conversaba con alguien, y cuando lo hacía procuraba hacerlo durante el menor tiempo posible.

Con el pasar de los años, el ocaso de la vida asomó por la ventana por la cual, entraba el sol a la habitación de Ernesto. Este, en un intento por darle algún sentido a todo lo que había aguantado, hizo un último esfuerzo de orgullo humano, y comenzó a buscar al sonido, aquella espantosa entidad que tantos años antes lo hizo ver la horrorosa realidad de la vida.

Comenzó lentamente a abrir sus pensamientos, en búsqueda de aquellos ruidos que alguna vez abrieron las puertas de las mentes ajenas. El proceso fue largo, debido a que los intersticios de su cerebro, acostumbrados a años de silencio, fueron muy reticentes a palpitar nuevamente en búsqueda de aquellas voces lejanas.

Fueron días de agotadoras jornadas, en las cuales la frustración comenzaba a amainar la poca alma y energía que le quedaban a Ernesto. Hasta que encontró lo que buscaba.

—   Una antigua deuda acaba de aparecer —  dijo el sonido con una tranquilidad pasmosa.

—  Acá estoy como puedes ver, a punto de morir.  Todos estos años he estado escondido de ti, pero ahora mientra me apago y antes que me aniquiles o disuelvas mi alma en la nada, quiero que respondas a mi último deseo , lamentó Ernesto.

—  ¿Crees que tienes el poder de exigir algo? —  rugió el sonido.

—  Quiero ver tu rostro — 

—  Quiero ver el rostro de lo que está por sobre nosotros — 

—  Quiero conocer al verdadero beneficiario de todo el esfuerzo humano —  , exclamó Ernesto a punto de desfallecer.

—  Muy al norte, en un lugar llamado Svithjod, se yergue una roca. Tiene cientos de kilómetros de ancho y otro tanto de altura. Una vez cada mil años llega un águila para afilar sus garras en la roca. Cuando a causa de esto, la roca llegue a desgastarse de manera completa, tendrás una suave idea de la realidad a la que no perteneces.—   dictó el sonido.

—  Sin embargo, tendrás la oportunidad de enmendar tu camino. Has sabido esconderte de nuestra furia y naturaleza con inteligencia y astucia. Volverás a esta tierra, para comenzar de nuevo tu camino, para cumplir tu misión como corresponde, la misma misión de toda tu raza — , sentenció finalmente el sonido.

Ernesto, con una angustia terrible, sintió que su cuerpo comenzaba a rendirse. Su espíritu quebrado y maltrecho, se rindió a las últimas palabras del sonido. Comenzó a recordar cada momento de su vida, una vida que hubiera preferido no vivirla, pero como finalmente comprendió, fue inevitable.

Al cerrar los ojos, Ernesto se entregó.

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Una fuerte luz y muchas manos rodearon un cuerpo pequeño y desnudo.

Con espanto se dio cuenta que rápidamente su mente comenzaba a olvidar todo lo vivido, que no podía articular palabra alguna y que sus movimientos se volvían torpes e incontrolados.

En su desesperación, sólo pudo comenzar a llorar y gritar mientras rápidas manos lo cubrían con suaves y limpias telas de hospital.

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